GRIS


Camina por la vereda helada. En la bufanda gris se ve su respiración como nubecillas. No te vayas, piensa nubladamente.
Llega a la oficina gris, a su escritorio gris con esa ventana ridículamente pequeña, desde donde se ve la pared de otro edificio gris. No te vayas, piensa mientras golpea las paredes de la taza con la cucharilla, siendo ese el único sonido que indica vida por un rato.
La mañana invernal en el gris de la oficina se puebla de frases azules de tinta, todas de tres palabras.
Lo dirán los carteles de las vidrieras al regreso. Lo rezarán las ofertas del almacén. Esa noche ella dormirá sola en su casa poblada de nubes grises como la calle, como la oficina. Como el alma.
En los próximos días alguien de alma avezada y vista aguda podrá notar en su mirada los fragmentos sangrados y secos de aquellas palabras, de aquel final esperado, de ella entrando a la casa con la voz inanimada ya y diciendo por última vez: No Te Vayas.


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