AFRONTAR
A veces hay que afrontar.
Y no digo afrontar como diría por ejemplo enfrentar furiosamente, dispuestos a hundir la lanza a lo que sea que nos haga frente. Es afrontar.
Aceptar. Abrir los ojos y mirar de frente, aunque lo que hay ante nuestros ojos no sea el mejor atardecer.
Los seres queridos -llámense amores con términos griegos, familia, amigos, conocidos, socios...- no están ni pueden estar todo el tiempo a nuestro lado y vivir por nosotros. De hecho, casi todos vivimos en algún momento el estar con gente alrededor y en realidad, estar solos.
Podemos llorar por dentro con las heridas abiertas, y llorar por tener que lidiar solos con el dolor. Dolor sobre dolor.
Y a veces, cuando la vida duele, nos mordemos las manos para no llamar a quien dijimos que no ibamos a llamar, cuando, en tiempos de bonanza, resolvimos enfrentar solos lo próximo que venga, y aprender. Lloramos porque nos duele la vida misma y porque decidimos salir adelante solos: dolor sobre dolor.
Afrontar. Dar la cara a veces con lágrimas, con dolor y miedo.
Es como mirar de frente al mar en una noche de viento y frío, sin luces artificiales y sin luna.
Afrontar de todas maneras. Crecer. Creer.
Elegir no quedarnos encerrados ni en la habitación ni en el corazón.
Afrontar, y finalmente decidir incluir a Dios. Porque solos, podemos hasta cierto punto, pero no más, y lo sabemos.
Elegir no enfermarnos más por las penas que siguen lastimando en silencio.
Elegir sanar el corazón.
Elegir avanzar, y escribir un capítulo nuevo de historia de vida, esta vez más rico en verbos y con menos adjetivos.
Elegir el sanar el corazón en vez de dolor sobre dolor otra vez.