ELLAS Y YO (en ocasión de una celebración bloguera... asi se dirá?)






Sonrío mirando la "hoja" del notepad delante mío. El desafío es escribir sobre mi relación con las palabras.

No sé si lo describa bien, no sé si lo entiendas. Las palabras casi toman vuelo propio. A veces surgen sin anticipación. A veces -muchos 'a veces'- dejan ver partes de mi alma.

Leo desde los tres y medio (ahora que lo pienso, sólo por eso debería ser más sabia a estas alturas de la vida, zas). Leí todo lo legible que existía en casa, en casa de abuelos, tías, amigos. Se me despertaron la curiosidad y la imaginación. Leí hasta quedarme dormida por las noches, leí hasta quedarme castigada por no apagar la luz temprano.
Las palabras se me acercaron mientras el tiempo pasaba. Cuando les tomé más confianza, comencé a escribir. Escribí cuentos llenos de adjetivos, escribí historias que transcurrían bajo el agua. Escribí historias literalmente increíbles hasta para mí. Cartas que nadie nunca leería. Diarios interminables. Desarrollé codificaciones para los mismos que luego olvidaba. Opiniones escritas que nunca dejé que se leyeran. Escribí historias en papeles, en pizarras, en servilletas. En trenes. En muros de edificios derrumbados.


Pero con el tiempo, las palabras dejaron de ser sólo lo que eran y se transformaron en caracteres reveladores. Abandonaron casi por completo la complicidad y se convirtieron por momentos en armas vueltas contra mí, en relámpagos de miradas acusadoras. En veredictos irrevocables, en arañazos de quien se ahoga y quiere llevarte consigo. A veces en dolor de ojos ardidos, a veces en labios mordidos y sangrados de silencio autoimpuesto. Entonces finalmente dejaron ver partes de mi corazón, a veces como ventanas claras, a veces como jirones gastados de dolor oscuro. Mostraron mis luces y mis sombras. Mostraron mis palabras de guía para otros junto con mi mirada perdida y temerosa. Mostraron mis prédicas más fervientes junto con mi propio descreimiento. Mi cristianismo más apalabrado y mis fantasmas más ocultos. Y en cada escrito comencé a ver cómo se asomaba mi alma. Inevitablemente.

Debe haber un momento -no lo sé o no lo recuerdo ahora- donde llegamos a un acuerdo con las palabras, o al menos un pacto de no- violencia. Tengo días donde creo tener todos los sustantivos que existen a mis pies y otros donde los pronombres se burlan de mí. Momentos en los que gano y pierdo nada con ellas, pero me han enseñado igualmente. Y me han ayudado a mantenerme viva y en mis cinco sentidos algunas veces.

El punto es que ya no son sólo palabras. Se me han hecho un poco mías, no son sólo descriptivas o lo que sea. Son mis lapiceros y mis alas, mis suspiros y mis gritos, mis ascos y mis éxtasis. Son mis ventanas sin cristales. A veces son mis bocanadas de aire. A veces todo queda entre ellas y yo. A veces me resigno y les doy la partida ganada; entonces publico. A veces dejo que tu mirada descubra quien soy, posiblemente como ahora.


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